Ambición o miopía política

El país está viviendo, una vez más, tiempos que distan de ser placenteros y ni siquiera constructivos.

Dos elecciones cruciales: en septiembre legislativas provinciales en la vital provincia de Buenos Aires y a continuación las nacionales que habrán de renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, en un marco degradante para la imprescindible y deseada institucionalidad, con hechos que no dan lugar al optimismo:

* Clima digno de disputas entre barras bravas de la más baja calaña en la Cámara de Diputados, en una sesión que terminó con insultos y empujones.

* En la Comisión de Presupuesto y Hacienda del Senado la oposición asumió el control y permitió la firma del dictamen en numerosos proyectos.

* Trascendió un desorden operativo en el Congreso –aparentemente–desbordado por la arremetida de las mayorías opositoras.

* Gobernadores de provincias que controlan a buena parte de los legisladores opositores entendieron que se había agotado el plazo que le habían dado a la Casa Rosada para responder a sus reclamos de mayor distribución de fondos.

* Inédita secuencia de episodios que profundizó el corrimiento de aliados del oficialismo, en confluencia con los opositores más duros.

* Pasividad del Gobierno, al menos en apariencia, para revertir o mejorar el escenario, en un marco legislativo absolutamente adverso.

Por su parte, ha crecido en desmesura el discurso del Presidente, quien se vanagloria de su crueldad, con diatribas a economistas, políticos, periodistas, que en algunos casos fueron aliados del programa presidencial, actitud esta que más que infligirles un daño a quienes son blanco de sus agresiones, configura una autoagresión, además de justificar las críticas opositoras de intolerancia y autoritarismo.

En este contexto, se han multiplicado las expresiones de violencia, protagonizadas por dirigentes y militantes K, entre otras el brutal ataque a las instalaciones de El Trece o la no menos condenable decisión de dirigentes opositoras de agredir en su domicilio a un diputado oficialista. En el camino de una estrategia evidente que apunta a crear una sensación de caos, se puebla el clima social con crecientes marchas, concentraciones y paros, con el lema de “Vamos a volver”.

La actividad económica se ralentiza y en algunos casos está estancada, y el desafío del flujo de dólares, uno de los problemas estructurales de la economía, genera un debate constante sobre el nivel actual del tipo de cambio.

El cuadro descripto, por su parte, impacta en las expectativas del mercado, que observa con preocupación cómo queda bajo asedio el corazón del programa económico: el equilibrio fiscal, situación que para los necesarios inversores constituye señal de que el Gobierno carece de condiciones de garantizar sustentabilidad a futuro de su programa, hecho al que se le suma el fallo adverso por YPF.

Mientras tanto, una mayoría silenciosa que apoyó (y lo sigue haciendo) la posibilidad de desterrar definitivamente al secular gobierno populista en un marco de libertad económica y política observa con preocupación cómo, sea por inexperiencia, inmpericia o errores estratégicos, se corre un ya reiterado riesgo: que una vez más la provincia de Buenos Aires y el próximo parlamento sean escenarios de renacidos triunfos populistas, a poco que no se dejen de lado desmedidas ambiciones personales, avidez y miopía política.

En ese caso, la población que se esperanzó en el año 2023 con una Argentina distinta se verá decepcionada, pero esta vez casi en forma definitiva.

¡Otra vez sopa!

¡Suerte Señor Presidente!