Si hay una palabra que puede definir el panorama de la Argentina, no cabría, sin lugar a dudas, otra que INCERTIDUMBRE. A pocos días (en tiempos históricos diríase que a minutos) del traspaso de mando presidencial, el clima político y económico se encuentra poblado de múltiples trascendidos, interpretaciones, rumores, la mayoría de ellos contradictorios, que se neutralizan apenas lanzados en muchos casos.
Y este clima encuentra su correlato, en una inédita eclosión de movimientos sociales y políticos, especialmente en la costa del Pacífico de nuestro continente, los cuales, al igual que ocurre con ciertos sucesos en la Naturaleza, a partir de un disparador inicial, transforman sus objetivos.
Ocurre que, en algunas zonas, lugareños incendian pastizales con la esperanza de que luego brotarán más verdes y tendrán mejor alimento para sus animales. No es seguro que lo logren.
A su vez, los devastadores incendios en el Amazonas, por motivos diferentes, produjeron consecuencias quizás impensadas desde sus inicios. El fuego no siempre es bien gobernado y abundan las oportunidades en las que arrasa hasta la vida de quienes lo iniciaron.
Los fuegos políticos de Chile y Bolivia se parecen poco a esas agresiones a la naturaleza, salvo en el hecho que las llamas políticas, una vez provocadas, empiezan a actuar por sí mismas, fuera de control y alejadas de los móviles iniciales.
Asi pasó en Chile. Pocos recuerdan que la tremenda movilización popular comenzó con la protesta por el aumento de las tarifas del transporte público, con amplia participación estudiantil. El conflicto escaló con virulencia, mucho más allá de sus reclamos iniciales, y el mundo pudo contemplar un feroz desafío a unos de los modelos económicos más admirados y puestos como ejemplo, con el reclamo a viva voz de la renuncia del Presidente, quien finalmente, tuvo que disponer no ya una suspensión del aumento de las tarifas del transporte, – casi olvidado- sino una amplia reforma constitucional que rompiera el statu quo social que tanto malestar genera.
En Bolivia ocurrió algo parecido: manifestaciones igualmente violentas se iniciaron protestando contra el fraude pergeñado por Evo Morales, con el objeto de perpetuarse en el poder, a través de un cuarto mandato claramente vedado por la Constitución. Posteriormente, las presiones sociales (y también la “sugerencia” militar) determinaron su renuncia y pasó a ser un asilado político en México.
En la Argentina
Estas crisis expusieron también las incongruencias políticas de la Argentina justo en vísperas del recambio presidencial.
Hubo grieta en las posiciones respecto a estos hechos: la defensa por parte del kirchnerismo de la estabilidad de Evo Morales y el rechazo al movimiento que lo desalojó de la presidencia, chocó contra la posición del macrismo con su reclamo de fraude y adhesión a las observaciones y críticas que los organismos internacionales expusieron sobre ese proceso.
Por su parte, en el caso chileno, el kirchnerismo nunca rechazó el carácter cuasi destituyente del pedido popular de renuncia del Presidente legítimamente electo y en funciones, posición diametralmente opuesta a la del gobierno argentino actual.
También respecto a Venezuela: en el oficialismo, se habla claramente de dictadura, mientras que para su sucesor, resulta ser tibiamente una «democracia con problemas».
Estas contradicciones asimismo, se manifiestan respecto a la relación, hasta el momento de muy buen nivel, con dos de las potencias con las que la Argentina no está en condiciones de enfrentarse ni hostigar: con los Estados Unidos, por su rol decisivo en el mundo, y también en el FMI, con el que el país deberá renegociar el enorme préstamo recibido, y con Brasil, socio mayor del Mercosur, y protagonista esencial en el comercio exterior argentino.
En ambos casos, el futuro presidente no ha dejado de enfrentarse en sus mensajes en las redes, al punto que por primera vez que se produce un traspaso de mando presidencial en la Argentina, su colega del vecino país, no habría de estar presente.
En la misma dirección debe inscribirse su viaje a Uruguay para darle apoyo a uno sólo de los candidatos, en este caso el del Frente Amplio, actitud posiblemente compatible con la de un candidato, pero no con un ya electo presidente.
Mientras tanto la transición, no es un tema que aparentemente les preocupe a las futuras autoridades, aunque sí a la población y a los actores económicos fundamentalmente.
Incertidumbre en la economía
A medida que se acerca el 10 de diciembre, la necesidad de precisiones respecto del equipo y políticas por parte de quienes ocuparán el Gobierno, se acrecientan.
El prematuro anuncio del presidente electo de apuntar a un acuerdo de precios y salarios impulsó una oleada de remarcaciones preventivas, que no se detuvo pese a la retracción del consumo. Ante esta eventualidad, ya los eslabones de cada cadena intentan extremar los recaudos para cubrirse, aun al precio de sufrir una disminución adicional en sus ventas.
Las últimas versiones sobre un probable aumento de salarios, jubilaciones y planes sociales, por decreto, tampoco ayudan a mejorar las expectativas hasta que no se conozca la política económica del próximo gobierno.
Ante tal perspectiva, todo plan de incorporación de personal, si no se ha congelado, por lo menos es analizado con enorme detenimiento por la mayoría de las empresas.
Asimismo, las diferentes versiones, algunas delirantes, sobre probable aumento de la tasa del impuesto a los bienes personales, antes que incentivar el ingreso de inversiones, ya ha promovido una psicosis de posibles vías de escape, para las ya declaradas.
Hasta el momento, las autoridades electas no han hecho esfuerzo alguno por desalentar tales comentarios.
Finalmente, no existen indicios consistentes sobre la inevitable renegociación de la deuda pública a partir del 10 de diciembre, que pueda evitar un posible default, aspecto central para permitir al país emerger de su estadío recesivo.
La falta de definición alimenta las incertidumbres, y ello puede ser un pasaporte para una nueva escapada hacia el dólar, huida de inversiones y la consiguiente suba del riesgo país.
Perspectiva no promisoria para el futuro de los argentinos.