La política argentina ofrece situaciones que no dejan margen para el asombro, tal como el ataque autoinflingido al propio gobierno, a partir de los dichos y hechos de la vicepresidente hacia la gestión gubernamental, así como el desarrollo de una astuta convocatoria a la oposición, que en ningún caso la podría dejar bien parada.
La vicepresidente en las últimas jornadas, ha saboteado las posibilidades que el ministro de economía intentaba concretar para lograr una vía de solución ante el inminente default con el FMI y el Club de Paris, quien se proponía llevar hasta después de las elecciones de octubre un inevitable acuerdo.
En este contexto, un casi inesperado viento de cola, a través de varias circunstancias, insufló una dosis de optimismo para arribar a una vía transitoria de solución, a fin de evitar la bancarrota del país frente a los organismos internacionales, .
Ocurrió que el directorio del FMI amplió la asignación global de los derechos especiales de giro
-dólares virtuales a sus efectos-, con lo cual la cuota obligada que le corresponderá a la Argentina
–sin incrementar su deuda– se elevaría a mas de US$4300 millones, cifra que eventualmente podría bastar para pagar los vencimientos del corriente año.
Por su parte, el Banco Mundial confirmó desembolsos de créditos por US$2000 millones que, si bien tienen destino específico, permiten reforzar las casi exhaustas reservas del Banco Central.
Por otro lado y en el mismo sentido, debido a los mayores precios internacionales de los granos, se registraría un ingreso extra de divisas de casi 10.000 millones de dólares y una recaudación fiscal adicional de más de 3500 millones de la misma moneda.
Estas bienvenidas circunstancias, permitieron que el ministro de Economía diseñara su estrategia de negociación: cancelar las obligaciones con el Fondo del año 2021 con el ingreso extra de los Derechos Especiales de Giro, pago que le permitiría refinanciar con el Club de París el vencimiento de fines de abril, con plazos más largos y tasa de interés más baja que la acordada en 2014 por el entonces ministro de economía Kicillof.
Aun con esta perspectiva favorable, la estrategia oficial sufrió desde su propio riñón un golpe demoledor: la vicepresidente con su reciente expresión pública: “No podemos pagar. No tenemos plata”, propinó un mazazo casi terminal a una perspectiva negociadora.
Casi de inmediato, el riesgo país potenció su senda alcista y los bonos argentinos del canje de 2020 cotizaban a menos de un tercio de su valor nominal.
Este autoboicot se sumaba al portazo al Grupo de Lima, que podría influir en el voto decisivo de los EE.UU. cuando el directorio del Fondo hubiera debido aprobar el programa con la Argentina, a más de la virtual amenaza de ruptura con los socios del Mercosur, que aíslan aun más la ya solitaria ubicación internacional de la Argentina.
Las claves para descifrar el camino elegido por la vicepresidente de llevar al extremo las relaciones económicas internacionales, quizás residan en el posible apalancamiento sobre un argumento ideologizado de “antiimperialismo” para conducir al partido oficial al triunfo en las elecciones de octubre (que podría resultar finalmente pírrico).
Por otra parte, la vicepresidente llevó a cabo un maquiavélico ataque hacia los ajenos, es decir la oposición, al dirigirse: “a los que tienen responsabilidades, del oficialismo y de la oposición” para que apoyen una propuesta (inaceptable para los acreedores), “porque si no va a ser muy difícil, sino imposible, gobernar la Argentina”.
De apoyar la oposición las infactibles propuestas, estaría convirtiéndose en cómplice del Gobierno al llevar al país, a partir del inevitable default, a un aislamiento financiero internacional.
De no convalidarlo, el oficialismo podría intentar proclamar que la oposición no colaboraba en un momento crucial, acusándola de “antipatria”, apelación creíble para la masa de aquellos, propios e indecisos, que son permeables al relato más que a los razonamientos económicos y las realidades objetivas.
Quizás la alternativa que le puede caber a la oposición, sea el plantear que para consensar con un plan de refinanciación internacional razonable, sea menester, previamente, coincidir sobre la necesidad de sentar las bases de un consistente derrotero económico, a partir de las imprescindibles reformas estructurales en la Argentina: laboral, previsional y del Estado, entre otras, que el oficialismo gobernante se encargó permanentemente de desconocer y vetar.
Una vez más, lamentablemente, siguen presentes los rasgos destructivos, tanto hacia propios como ajenos, de la señora vicepresidente.