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Read MoreCuáles fueron algunas de las razones que permitieron que “el cisne negro de la política” dividiera a la oposición, la sacara de la competencia y tenga hoy serias posibilidades de acceder a la presidencia.
El país ha perdido una oportunidad histórica, y quizás por muchos años irrepetible: la de desterrar un régimen de oprobio que lo está sometiendo desde casi ocho décadas, con breves interregnos de luz.
La jornada del 22 de octubre pasado ha hecho posible que un sistema que se autodestruía, haya resucitado desde sus cenizas potencialmente finales.
Por méritos propios de los vencedores, y por impericia extrema de la hasta hace poco tiempo principal manifestación de la oposición -embarcada en una interna suicida- incapaz de leer adecuadamente la emergencia de un fenómeno alocado de extrema derecha basado en simples proclamas panfletarias, que han prendido en una sociedad hastiada.
Sergio Massa ha sido el ganador de las elecciones del domingo último, aunque su triunfo no puede explicarse por sus (inexistentes) aciertos en la conducción económica del país, sino y fundamentalmente por sus habilidades políticas para lograrlo, con la inestimable ayuda de la oposición.
A muchos, tanto en la Argentina como fuera de nuestro país, les costará entender que el actual Ministro de Economía pueda representar la solución a los mismos problemas que su gestión se ocupó de profundizar. Sin embargo, contra todos los pronósticos, accedió al premio del balotaje en noviembre próximo, a pesar de haber más inflación, más miseria, más devaluación y mayúsculos escándalos de corrupción en el seno del oficialismo.
Inteligentes analistas han hurgado con ahínco, y lo siguen intentando, en las razones que han conducido a la gestación de ese cisne negro en la política argentina.
Una aproximación a ese fin, que no pretende arrogarse los atributos de originalidad, podría encontrarse en algunas de las siguientes reflexiones:
– la habilidad oficialista de promover, e hipotéticamente incentivar y colaborar efectivamente con una fuerza desconocida hasta hace muy poco, a convertirse en una aparente opción electoral, pero que en definitiva constituyó el instrumento para su objetivo fundamental que era dividir a la oposición. Solo un 36,7% de votos, nivel que no representa mucho más que el piso histórico del peronismo, bastó para no sólo acceder a la segunda vuelta, sino constituirse en el vencedor con grandes posibilidades de repetir la victoria en noviembre próximo.
Como un factor sinergético, la tradicional oposición, agregó a ese combo de factores, un cúmulo de errores y falencias, muchas de las cuales se han reflejado reiteradamente en estas columnas.
La interminable pugna interna generadora no solo de pérdida de tiempo precioso para enfocarse en el cometido electoral, sino produciendo heridas en los distintos actores, que aún hoy están muy lejos de verse restañadas, y que la han conducido a un tercer lugar, (con casi 20 puntos menos que los obtenidos por esta fuerza política dos años atrás) en una elección que hasta no hace mucho tiempo, ofrecía serias posibilidades de triunfo.
En este contexto, una parte importante de la población, está (estamos) triste. No sólo por la realidad evidente, sino por haberse desperdiciado la ilusión de recrear en el país, un mundo nuevo, lejos del relato, del mesianismo, de la grieta, los fanatismos y la carencia de futuro consistente.
Realidad actual y potencialmente futura, distante de la recreación de una Argentina enfocada en producir, en dar trabajo, en posibilitar la vigencia plena del Estado de Derecho, un país inserto en el mundo de la creación de riqueza, en lugar de privilegiar la distribución sin sustento.
Alguien pudo haber afirmado que esta circunstancia, constituyó una “desgracia con suerte”.
Pues de haberse podido concretar el sueño de la oposición, posiblemente se podrían haber repetido los episodios destituyentes, o las catorce toneladas de piedras, ya conocidos en otras épocas de la historia, quizás a partir del mismo momento en que el comicio hubiera pronunciado su veredicto.
No obstante, era preferible que la posibilidad del cambio existiera. No fue así.
La ilusión se rompió. Lamentablemente.
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