Pasaron las elecciones con un resultado conocido pero no menos apabullante.  Y entre las múltiples notas a rescatar, resuena la frase del presidente Fernández en la noche del comicio, al decir  “Algo no habremos hecho bien”.

Habría que corregir ese “algo” por “mucho o casi todo”.

En ese contexto, la ciudadanía se pronunció.

Si bien la magnitud de la victoria opositora fue sorpresiva, podía haber sido augurado, entre otros factores,  por  el PBI en  niveles del año 2002, inflación sin coto, pobreza extendida, miles de pymes y comercios quebrados, cuarentena más larga del mundo, creciente desempleo, educación clausurada, estampida del dólar,  inseguridad creciente.

Por su parte, la sociedad, a pesar de su agobio y descreimiento,   desempeñó  un rol fundamental al poner  límite al avasallamiento institucional  a través del voto.

Quizás, el resultado del domingo 12 de setiembre pudiera ser el principio del fin de una era casi trágica, al dar por tierra con el mito de que el peronismo unido sea invencible.

El oficialismo hizo gala de sus atributos habituales: triunfalismo, festejos anticipados, comunicadores adelantando ilusorios resultados favorables.

En tanto la oposición triunfante, unida en una rigurosa contienda interna, pudo hacer gala de un gran logro, evidenciando su capacidad de competir democráticamente, al haber podido  integrar su diversidad, en base a  un núcleo de coincidencias básicas, acentuando la preservación de su unidad,  señal que podría reafirmar  la posibilidad de un cambio estructural en la cultura  política del país.

Pasadas las elecciones, y frente a la evidencia de la catástrofe oficialista, transcurrió una bochornosa semana, que lamentablemente encubrió los ecos y la significación del resultado electoral, histórico también por su sorpresiva magnitud, al asistir a un impúdico ir y venir de renuncias anunciadas y no efectivizadas, rumores, desmentidas varias, hasta la culminación en mensajes cuidadosamente elaborados de una diputada de la nación agraviantes para la investidura presidencial, y la casi simultánea  carta de la vicepresidente  enrostrando las falencias gubernamentales, admitiendo públicamente  la marcha del país a la deriva, al par de eludir su propia responsabilidad.

Ambos, mensaje y carta, expresión  de intento de golpe a las instituciones.

La población, en tanto, asiste al proceso, con una fuerte sensación de desesperanza  y orfandad, frente al atropello autogolpista.

En este marco se torna imprescindible la firme y sonora presencia de las fuerzas opositoras, ahora unifcada su representación mayoritaria  a partir de las elecciones primarias.

Correcto de inicio su silencio expectante, frente al espectáculo de la lucha interna en el oficialismo.

Empero no debe repetir el error cometido al asumir en el año 2015 al silenciar el inventario del estado de la Nación.

Debe más temprano que tarde denunciar con toda firmeza el agobiante  proceso que se está viviendo, en todos sus órdenes, y hacer renacer en la población la esperanza de un futuro mejor, tal como se pudo vislumbrar a partir del resultado electoral último, denunciando la esencia antidemocrática del oficialismo  y la ausencia de un rumbo para la salida a la crítica situación del país.

En todas las formas posibles, y en cada provincia, ciudad o pueblo, se deben hacer oir voces proclamando que los resultados del 12 de setiembre puedan  ratificarse y aun  incrementar, a partir de una presencia masiva de argentinos que deseen vivir en paz, en un país en orden, democracia, vigencia institucional, más allá de discursos demagógicos y de prebendas momentáneas, impulsando el crecimiento genuino de la economía a partir  de la imprescindible inversión privada, empleo efectivo y no planes prebendarios,  integrados al  mundo y  en especial con  nuestros socios latinoamericanos, haciendo profesión de fe en la defensa plena de la democracia y  la vigencia de los derechos humanos.

Ese ideario debería ser ratificado.