La desproporción en la guerra

El 7 de octubre, Hamás, organización terrorista que de facto domina la Franja de Gaza, lanzó un ataque cruel y despiadado contra la población civil de Israel, masacrada a mansalva.

Posteriormente continuando su plan de invasión, atacó por sorpresa las poblaciones vecinas a Gaza, cometiendo actos de barbarie solo comparables con las atrocidades del holocausto nazi, siendo algunas de ellas aun peores: degollar niños, mujeres y ancianos, violar, mutilar mujeres embarazadas, incendiar casas con sus habitantes dentro, asesinar a mansalva, para finalmente secuestrar como rehenes un número aún no definido de pacíficos niños, jóvenes, adultos y ancianos  israelíes, cuyo único pecado es habitar la milenaria tierra israelí, como si la Palestina judía, ahora el estado de Israel, no llevara allí cuatro mil años.

Frente a tamaño ataque el estado de Israel, intentando rescatar a los rehenes y anular la capacidad militar de la guerrilla terrorista asesina y agresora, desplegó una acción militar, incluso advirtiendo previamente a la población civil del territorio gazatí sobre la acción que se desarrollaría, con la dificultad de enfrentar a una fuerza irregular, mimetizada dentro de la población y que impone un avance difícil y riesgoso, mientras el agresor se aferra a los rehenes para dificultar el rescate.

Este criminal suceso es  un eslabón más en la larga cadena de pesares que sufre Israel desde 1948, cuando nació en una resolución de las Naciones Unidas que creaba los dos Estados, el árabe y el judío. A partir de esa fecha, el naciente estado judío soporta permanentemente por un lado el acoso del terrorismo, incluso en su propio territorio, además de  sobrevivir reiteradamente al ataque de sus Estados vecinos y en la actualidad con el protagonismo fundamental iraní.

No resulta casual el momento en que se produce la acción de Hamás: Israel, luego de consolidar sus relaciones con Egipto y Jordania, venía logrando acuerdos con los Emiratos Árabes, con Bahrein, con Marruecos, y con una aproximación a la poderosa Arabia Saudita, momento cúlmine para que se haya desencadenado la operación terrorista, prendiendo la mecha del conflicto que, obviamente paraliza las tratativas de paz avanzadas hasta la actualidad, inaceptables para el odio hacia el pueblo judío.

A partir del inicio de las maniobras de rescate, una resolución de las Naciones Unidas indigna por su hipocresía, reclama una tregua sin condenar inequívocamente la acción terrorista iniciadora del conflicto, mientras en el mundo entero, plagados de preconceptos y de ignorancia, se ha generado un torrente de expresiones, muchas de ellas condenatorias del accionar israelí, alegando una desproporción en la acción emprendida.

Cabe la pregunta a formularse: ¿cuál sería la desproporción? Un país de nueve millones de habitantes frente a las decenas de millones de sus países vecinos desde los cuatro puntos cardinales? Un intento de rescate de rehenes atrapados por terroristas que es llevada a cabo con todas las previsiones posibles para la población civil, muy diferente del alevoso ataque del 7 de octubre? Una operación puramente militar para desbaratar una banda terrorista asesina, frente al continuo martilleo de misiles disparados desde las poblaciones vecinas hacia el territorio de Israel?

El presidente Julio María Sanguinetti ha expresado con sabiduría: “Si el terrorismo liberara a los rehenes, se podría –una vez más– intentar un camino de paz. Sin ese paso, mínima expresión de buena fe, solo queda el lenguaje de las armas. Al que desde hace 75 años, sin buscarlo, Israel ha tenido que conjugar para salvar su existencia.” La Nación, 4-11-23).

En este contexto, triste papel ha desempeñado la política argentina (con escasas excepciones), desde un lamentable comunicado de la Cancillería, hasta el vergonzoso silencio de las máximas autoridades del país ante las atrocidades del conflicto desencadenado por la guerrilla terrorista, en consonancia con el mundo, donde insensatamente, han reaparecido las ya tristemente conocidas muestras de odio antijudío, como si no hubiera sido suficiente la lección universal ofrecida, como testimonio dramático, por el holocausto nazi, precedido por manifestaciones de odio a lo largo de los siglos.

 

Muy triste.