[PERFIL] Entre otros factores, para atraer inversiones extranjeras, hay que...
Read MoreAl ir a fondo con un decreto de necesidad y urgencia (DNU) y un proyecto
de ley que contempla desregulaciones en un sinfín de materias –laborales,
comerciales, de salud, agropecuarias, educativas, mineras, entre otras–,
alegando una necesidad y urgencias absolutamente reales, el Presidente Milei no solo
golpeó fuerte, casi inéditamente, sino que optó por la aparentemente única
alternativa posible para intentar tener éxito en la gestión de un heredado
escenario nacional desquiciado, destruido en sus bases sociales, políticas,
institucionales y económicas.
Para ello echó mano a varios hitos fundamentales:
Andamiaje que obligó a un Congreso, no caracterizado precisamente por su excesiva laboriosidad, a
inusitadas jornadas de trabajo para los legisladores.
El Presidente Milei, para desplegar esa batería, debe haber abrevado en
numerosas fuentes, pero sin dudas, habrá estado presente la enseñanza de
Nicolás Maquiavelo al Príncipe: el gobernante para tener posibilidades ciertas
de éxito en su gestión, debe producir todos los actos que impliquen malestar
para sus gobernados, inmediatamente de haber asumido, y ejecutarlos en su
conjunto sin dilación.
Así lo hizo, asumiendo una iniciativa monumental, y puso a la defensiva
a todo el arco político, sea adversarios y también supuestos aliados, duchos en
negociaciones y componendas, desacostumbrados a este estilo huracanado.
En este contexto, la economía propone un escenario poco benigno. El
intento de sinceramiento de varias variables económicas, permitió desnudar las
presiones generadas largamente en la gestión precedente, y contribuyó a la
configuración de un guarismo de 25% de inflación para el mes de diciembre, que
llevó la cifra anual para todo el año 2023 al 211,4%, constituyéndose en un
poco honroso primer lugar en la materia en toda América Latina, superior
incluso a la registrada en la castigada Venezuela.
Sin embargo, el rigor presidencial de la descripción inicial y la
energía de sus acciones, confirieron de inicio un marco de expectante, moderado
(y ¿esperanzado?) optimismo, en muchos de los jugadores del tablero económico
nacional e internacional. En este sentido, el acuerdo logrado rápidamente para
la renegociación con el FMI constituye una buena muestra.
La duda, más allá del rol de las dirigencias políticas, estriba en la
comprensión social, que se ve sacudida por el enorme esfuerzo que supone para
la mayoría de los argentinos el plan de ajuste, marcado por una estampida de precios que diluye su poder de compra
desde los primeros minutos del nuevo gobierno.
El riesgo estriba que entre los propios votantes del Presidente Milei
pueda flaquear la convicción o la paciencia sobre la necesidad de hacer el
ajuste, y soportar el actual sufrimiento, aun comprendiendo el motivo del
sacrificio convocado, ante el riesgo expuesto de una potencial hiperinflación
próxima.
Ni qué decir de aquellos que tácita o explícitamente desean el fracaso
de la actual gestión, sumado a un sistema corporativo inquieto por la
posibilidad de una desregulación de magnitud que le quite beneficios.
Es de esperar que la mayoría silenciosa de la población pueda, ante la
difícil circunstancia de tolerar tiempos duros (durante un período aún no
precisado), supere las presiones propias por las consecuencias del enérgico
ajuste.
Así estará en sus manos posibilitar un cambio de era, para evitar volver
a un pasado que ha conducido a la Argentina a sus peores destinos.
Que así sea.
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