Las presentes líneas podrían ser pasibles de recibir desde diversos sectores, la calificación del título. No obstante, “No es que sea triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

Cuatro hechos marcan la realidad actual de manera casi dramática: por un lado, la persistencia eterna de la cuarentena, casi obviada en algunos aspectos, pero paralizando al país en otros, como ser oficinas públicas, tribunales, educación, minimización del transporte público, etc.

El continuado avance de la vicepresidente sobre la Justicia, con muchos logros y algún sinsabor, sin reparar en costos institucionales, intentando sancionar leyes que la eximan de sus cargas judiciales, a pesar de la agresión  mayúscula al Estado de Derecho.

El ya abierto embate del gobierno nacional contra la Ciudad de Buenos Aires, con una enorme quita de fondos de la coparticipación federal, cuya derivación final será la Justicia.

Y finalmente, la muerte de un mito, como lo fue Maradona.

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Sin duda que fue un argentino universal, y en general, reconocido como uno de los mayores ídolos  deportivos.

No obstante, nada justificaba el bochornoso espectáculo de su velatorio, con las pasiones de  barrabravas y  sus violencias, aguardando ingresar y luego accediendo  a la Casa de Gobierno.

En un contexto donde la Argentina sufre un encierro casi único y eterno, y donde el Presidente aparentemente confiaba en que habría de encontrar en su gestión sanitaria una carta salvadora para su ineficaz y casi ausente gestión, la pandemia se abatió cruelmente. No obstante, ni el Presidente ni hasta unos meses atrás sus locuaces voceros del Ministerio de Salud, aparecen ya mencionando la enfermedad. Su esperanza parecería ser un plan de vacunación, muchas veces expuesto con contradictorias expresiones, y sin aún demostrar sólidos fundamentos.

Hasta que ocurrió la muerte de Maradona.

El Gobierno se ilusionó con adueñarse de la imagen del ídolo desaparecido, y mimetizarse en un velatorio organizado (no sería exactamente la palabra apropiada dados los resultados) en la mismísima Casa Rosada. Las precauciones sanitarias tan largamente recomendadas hasta hace pocos días desde los medios oficiales, tuvieron una impasse en su aplicación. La multitud abigarrada a lo largo de 20 cuadras, mayoritariamente no usaba tapabocas y el distanciamiento no existió.

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El lamentable espectáculo se contrapuso con la restricción aún vigente para  el resto de los argentinos, que aún no pueden despedir a sus muertos junto a los  seres queridos y amigos.

Y algo salió mal. Diríase que muy mal para todos: para la familia, para la salud de la población puesta en riesgo en un intento de aprovechamiento político criticable, y también para el  propio Gobierno, dando muestra de su ineficiencia.

Una vez más, el Presidente acostumbrado a echar culpas de sus desaciertos u omisiones, esta vez derivó la responsabilidad  hacia  la familia de Maradona y al gobierno de la Ciudad.

¿Ameritaba ese despliegue insensato la figura del futbolista desaparecido?

Su vida estuvo plagada de contradicciones. Nunca pudo trasladar su genio deportivo a la vida cotidiana, llena de dramas y de excesos. Fue un contrajemplo moral, como verbigracia, entre algunas conductas, sembrar el  mundo de parejas diversas, y también de hijos a los que no reconocía, y que tuvieron que luchar por lograr el reconocimiento parental.

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En lo éticamente deportivo, no sólo se jactó de hacer un gol con la mano. Lo ostentaba.

Pasado el escandaloso velatorio, casi en simultáneo, se convalidaba en el Congreso una brutal quita de fondos a la Ciudad de Buenos Aires, al tiempo que  una Cámara de Casación echaba por tierra el intento de la vicepresidente de sepultar la causa de los cuadernos, cuya definición incierta quedará, una vez más, en manos de la Corte Suprema.

Y mientras el mundo espera un 2021 con un renacer económico auspicioso, en nuestro país, las condiciones actuales no permiten augurar que ese nuevo global viento (o brisa) de cola, pueda ser aprovechada entre nosotros, habida cuenta del clima antiempresa privada vigente, y que ha generado ya, un proceso acelerado de huida de inversiones. Y también de argentinos valiosos.

Así es como están las cosas en la Argentina.