Acorralada por el avance acelerado de los casos de coronavirus, con peligrosas nuevas cepas ya circulando y sin anuncios de llegadas de nuevas vacunas, la ministra de Salud Carla Vizzotti prologando su presentación en su última conferencia de prensa confesó “Es el mensaje más difícil que me toca dar” para apelar de manera directa “a la reflexión” de la ciudadanía, único camino para evitar que llegue “el límite” del sistema de salud, la gran sombra que se cierne en el horizonte cercano.
Expresión ésta que evidencia la impotencia oficial y desnuda la incapacidad de gestión desde el mismo inicio de la pandemia.
En este contexto, el Gobierno anunció nuevas restricciones vinculadas a la circulación y a restringir aún más la nocturnidad, entre otras.
En su inveterada costumbre de privilegiar el relato sobre la realidad, se insiste en la obligatoriedad de las ventanillas abiertas en trenes y colectivos, de difícil o imposible cumplimiento, pues los nuevos trenes y ómnibus tienen ventanillas fijas, imposibles de abrir, salvo rompiéndolas.
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En cuanto a la restricción de circulación nocturna, hay que ver cómo se implementará en adelante ya que desde el Gobierno aseguraron que se ajustaron los controles, aun cuando desde las redes sociales se denunciaba que su verificación se aplicaba de manera parcial, reiterándose el espectáculo de trenes y subtes atiborrados de pasajeros en las horas pico en la zona metropolitana.
Este cuadro, a más de revelar la impotencia y desorientación oficiales, se inserta en un escenario de ausencias, que acrecientan el agobio de la población.
La gran carencia en la acción de gobierno es sin duda la enérgica puesta en práctica de los elementos que la mayoría de los países dispusieron para enfrentar la pandemia: vacunación, testeo y control de circulación.
La consecuencia de esta enorme omisión, resulta en la prácticamente nula actividad vacunatoria, en la mínima actividad para la detección temprana a través de testeos, y en la incapacidad para controlar la circulación en el horario restringido.
Desde hace muchos meses se reclamó por parte de distintos sectores y por la prensa, que se factibilizara la posibilidad de romper el virtual monopolio de la compra de vacunas ejercido por el Estado nacional, sin éxito. Recién hace pocos días, el Gobierno, a través de su jefe de gabinete expresó que se podría operar en tal sentido. Se perdió un tiempo vital, pues ya los nuevos contratos internacionales de provisión de vacunas auguran una entrega cercana a fines del corriente año, cuando de haberse concretado con anticipación, podría ser otro el panorama.
El desaliento oficial evidenciado por la Ministra de Salud, agrega un factor más de angustia a la ya agobiada, y en muchos casos desesperanzada población, inerme frente a un Gobierno balbuceante en torno a un relato, creíble solo por algunos acólitos fanatizados.
¿Qué ha hecho el Gobierno para asegurar el derecho al libre tránsito para los ciudadanos que esforzadamente quieren seguir construyendo, a partir de su trabajo, y no de prebendas ni planes, su presente y su futuro?
¿Quién se ocupa de ellos?
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Antes bien, se los agobia con restricciones obligatorias y con impuestos que directa o indirectamente financian a aquellos generadores del caos en calles, rutas y transporte en todo el país.
Véase si no, los camiones del yacimiento de Vaca Muerta, la gran joya nacional, trabados por un interminable conflicto gremial.
Y mientras se reclama a la ciudadanía un renovado esfuerzo, desde la más alta investidura se los carga con la culpa de la extensión del virus, generada fundamentalmente por la incapacidad oficial para asumir el triple desafío de vacunación, testeo y control, y a la vez que se solicita a la oposición y a la prensa colaboración, se acusa de “miserables e imbéciles” a quienes no comulgan con el relato oficial.
Rara manera de convocatoria al consenso y al apoyo.