Han cobrado actualidad en
estos días, varios debates sobre la crítica situación del país, mucho más
allá de las consecuencias de la pandemia.
Uno de ellos radica en el
incierto curso de la negociación con el FMI. A su vez, la insistencia del
Gobierno nacional para involucrar a la oposición en la convalidación del curso
de acción- ignorado aún- trazado por el oficialismo con el organismo
internacional, ya en los albores del default en caso de no concretar un
acuerdo.
Ante el cúmulo de
afirmaciones, reclamos y medias verdades, se ha generado una nebulosa que
oculta el hecho que el camino que emprendió la Argentina actual conduce
inevitablemente a un precipicio, situación muy grave de la que costará mucho
emerger.
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Resulta preocupante además,
que aparentemente la mayoría de la población no haya tomado adecuada
conciencia, tanto sea de la dimensión del problema, como del oscuro decurso que
lleva la marcha de los acontecimientos y sus consecuencias, las que tarde o
temprano aparecerán, como cada vez que tocamos fondo, a despecho de aquellos
que sostienen que la Argentina siempre recuperó su línea de flotación en sus
instancias más graves.
Lamentablemente no nos resulta
posible compartir ese optimismo, y el camino descendente nos podría estar
llevando a los peores momentos que ha vivido el país en su era democrática,
presunción agravada por el espejo de destrucción nacional ocurrido en regímenes
tan caros a los afectos oficialistas, como Venezuela, Cuba o Nicaragua, entre
otros.
Muchos analistas nacionales y
extranjeros, están señalando que en la negociación con el FMI se acercan horas
decisivas, que culminarán inexorablemente en acuerdo o default. Ya el tiempo se
agota.
Las incomprensibles dilaciones
oficiales, explicables únicamente por la evidente disparidad de criterios en el
escenario de las decisiones, lamentablemente se han traducido en
inversión perdida, destrucción de empleo y licuación de reservas, junto a una
tasa impensable de riesgo país.
El problema de la oposición y
también de la sociedad argentina es que el gobierno se resiste a exhibir
un plan económico, pues simplemente, aun no parece existir. Asimismo, aun de
lograrse el imprescindible acuerdo con el Fondo, no por ello se dejará de
ser record en inflación, pobreza, avasallante presión impositiva y
desocupación, entre otras calamidades.
No obstante, de caer en el
default el drama sería mucho mayor. No sólo convertiría al país en un paria
financiero internacional, con sus reservas exhaustas y con China y Rusia como
únicos aliados poderosos. También se perdería la posibilidad de obtener algún
tipo de beneficios de organismos financieros supracionales, a la vez que se
dificultaría al máximo la gestión para el sector privado en su necesaria
apelación a la financiación internacional.
En este contexto, no resulta
desatendible una importante novedad en el escenario político: la vigorosa
aparición del discurso antipolítica. Evento éste no despreciable observando los
últimos actos electorales en países muy cercanos, alimentado por el cumulo de
desaciertos de la gestión gubernamental y por sus muestras de desconocimiento
de las reglas del juego del sistema republicano que le permitió acceder
al poder.
Nada ayuda en este escenario
que, mientras se busca el favor de los Estados Unidos para llegar a un acuerdo
con el FMI, la presencia del embajador argentino en Managua, y el
hecho de haber compartido ese acto con uno de los iraníes acusados de
organizar el máximo atentado sufrido por el país, constituye una aberración
política y una inmoralidad.
A la vez, la falta de respeto
hacia las formas democráticas y la división de poderes , aun cuando no constituyan
un dato nuevo en el régimen gobernante son también señales que muestran la
inevitabilidad de una doble posibilidad: la inminencia de una crisis profunda,
o conducir al país, hacia un destino muy oscuro.