La economía argentina presenta un  panorama crecientemente complicado, y además, sin la expectativa que las vacunas, en su caso,  brindan en lo sanitario.

En el año 2021 el país sólo podría recuperar menos de la mitad de la caída del PBI (-11,5%) sufrida en 2020, que finalizó  con una inflación cercana a 4% mensual (equivalente a 60% anualizada), el dólar blue a $166, la brecha con el oficial a niveles cercanos al 100%, y donde se cerraron 90.700 locales, desaparecieron 41.200 pymes y se perdieron 185.300 puestos de trabajo (reporte CAME).

Recesión, desempleo, pobreza, inflación, brecha cambiaria, déficit fiscal y falta de financiamiento, conforman el cuadro actual siendo temas de  muy difícil abordaje cuando, tal como ocurre hasta el presente, no se visibiliza un plan sustentable para encarar un proceso de recuperación.

La única referencia oficial es el cálculo inflacionario incluido en el presupuesto de 2021,  irreal en los hechos, de 29% anual, y que los analistas privados elevan hasta 50%.

Antes bien, las  señales que emite el  Gobierno se centran en llegar a octubre sin un salto abrupto del dólar oficial (en 2020 acumuló un ajuste de 40,4%) que pueda incidir en los  precios. A su vez, están surgiendo medidas similares a las que ya fracasaron durante la anterior gestión kirchnerista, aunque con una diferencia: en vez de intervenir directamente en la manipulación del índice de inflación (la era Moreno-INDEC), se tiende a contener los precios y tarifas de los bienes y servicios para mantener la inflación reprimida sin importar  demasiado las subas de los diversos componentes del costo y la realidad económica de las empresas.

Acciones éstas que   tornan  de cumplimiento imposible la meta  de no incrementar los subsidios expresada en el presupuesto aprobado para el 2021, o en   fantasía el objetivo presupuestario de reducir  el déficit fiscal primario a 4,5% del PBI .

Hacia adelante, el Gobierno se propondría tres metas básicas: mantener bajo control la pandemia, el cierre de un acuerdo con el FMI y triunfar en las próximas elecciones.

Una vez más, un gobierno kirchnerista  tendrá a favor un contexto internacional sumamente  favorable: un mundo de bajas tasas de interés (no potencialmente aprovechables por la Argentina), precios de los productos agrícolas y sus derivados en un envión ascendente muy enérgico que  podrían mejorar el balance de divisas y la recaudación impositiva (vía retenciones), la muy probable  recuperación de la demanda de China y la mejora ostensible de la economía de Brasil.

Los objetivos expuestos por  el Gobierno (expresa o tácitamente)  son que los salarios le ganen a la inflación, endurecer los controles de precios, extender el congelamiento de tarifas, presionar a los empresarios, fijar cupos de exportación y afianzar el asistencialismo.

En este escenario, el perenne déficit de las cuentas públicas se habría de financiar, atento a la carencia de un mercado doméstico de capitales, con más inflación y con más brecha, a la vez que dadas las  malas señales que no dejan de emitirse, no son esperables, ni  un reflujo  de capitales, y  menos aun inversiones que motoricen la economía en  sectores productivos.

El lejano día que se torne inexorable  corregir las tarifas y el tipo de cambio, levantar las restricciones al comercio exterior y flexibilizar los controles de precios, habrán  de generarse más inflación y más crisis, imposibles de resolver  con cambios virtuales o un relato publicitario oficial.

Para emerger se tornan perentorios cambios institucionales, entre ellos las imprescindibles reformas previsional, laboral y del tamaño del Estado, y afianzar el maltratado Estado de Derecho y la seguridad jurídica.

En las actuales circunstancias, la realidad política e institucional no permite avizorar en un futuro próximo,  tan imprescindible transformación.

Lamentablemente