La jornada del 11 de agosto pasado puede llegar a tener características históricas.
Un resultado electoral claramente inesperado, en cuanto a su magnitud, produjo en muchos argentinos un cúmulo de sensaciones diverso, según quienes las hayan experimentado, pero de una trascendencia superior, al mero análisis político o económico.
Comenzando con uno de los términos del título, quien esto escribe experimenta de inicio una profunda tristeza. Si bien no se ha concretado, y es de esperar que no lo sea, podría asistirse al final de un oasis de republicanismo, de vigencia de las instituciones, libertades públicas, mayor seguridad, ausencia de prepotencia por parte de los poderosos, respeto, falta de agresión institucional, separación de poderes, independencia del poder judicial, casi se podría decir, la vigencia del contrato social, tan esporádico en las últimas décadas.
Rememora la tristeza experimentada ante la finalización del mandato histórico del Dr. Raúl Alfonsín, ese padre de la democracia, denostado, criticado y hostigado por ajenos, y también por los “propios”, víctimas estos últimos de su ceguera institucional ( no podían imaginar qué contribución estaban haciendo para afectar la democracia, en pos de sueños quiméricos y demagógicos).
Algo parecido ocurre en estos días. Aquellos “propios” que en la actualidad abandonaron el barco con su voto quizás se estén lamentando ( tarde ya) de lo que podrían estar contribuyendo a generar. El regreso del grito, de la prepotencia, del “vamos por todo”, de la amenaza, porque no, del escrache, de la estigmatización de los jueces que osaron procesar a los corruptos. Esto ya está ocurriendo.
También se siente frustración. Por lo señalado anteriormente. Una esperanza redentora que podría no terminar de concretarse. Y también “bronca”, enojo, ira, por lo mismo. Quizás muchos argentinos merezcan vivir en un clima de populismo demagógico (porque así lo prefieren) gestor del atraso histórico del país, en los últimos 70 años. Pero otros ciudadanos, que desean convivir civilizadamente en un país normal, sin que nadie regale como hadas bienhechoras, sino que el futuro se construya a partir del propio esfuerzo, una vez más podrían estrellarse contra la pared, a poco de andar por un camino distinto al que la historia argentina está habituada.
Y paradójicamente, dos de los términos del título, frustración y bronca, pudieron haber sido motivadores del voto del 11 de agosto de aquellos “propios” que esperaban un resultado económico mágicamente rápido por parte del gobierno asumido en 2015, y que no vieron realizadas sus ilusiones. Por lo mismo, bronca por las dificultades económicas, sufridas en estos últimos tres años y medio, fruto de un cúmulo casi inédito de circunstancias ajenas, y muchísimos errores propios por parte del Gobierno.
Y se aferraron al canto de sirena. Casi que no quisieron medir la consecuencia de ese fundamental acto de depositar un voto en la urna.
Quizás no todo está perdido. Quizás haya aún tiempo para que renazca la esperanza. Pero sin dudas, el daño, el dolor y la bronca son una realidad.
El enorme voto castigo para el Gobierno determinó una diferencia de casi 15 puntos entre la oposición y el oficialismo.
Un voto que ningún encuestador pudo detectar.
La realidad era que el Presidente debía responder por una gestión que era tan apreciada y elogiada en el exterior, como generadora de rechazo por sus consecuencias, (alguna de ellas inevitables en el camino de crear las bases hacia la consistencia económica), de amplios sectores sociales acorralados por la penuria económica.
Fue un ajuste de extrema severidad que, tal como los hechos lo confirmaron, no pasó inadvertido en el momento del voto.
Frente a la urna, muchos desconocieron, otros olvidaron, algunos más quisieron olvidar, que el desbarajuste heredado existió. Tarifas de servicios absurdas, muchas de las cuales conllevaban al derroche y a su vez a la desinversión de las empresas prestadoras, déficit fiscal en niveles intolerables , déficit de cuenta corriente (la diferencia entre los dólares que el país produce y los que gasta) trepó en 2015 al 6% del PBI, destrucción del sistema estadístico para cimentar el relato, arcas públicas depredadas, todo eso fue en muchos casos ignorado, omitido y/o sepultado en la memoria.
También se desconoció el cataclismo de marzo de 2018. Fue la suba de las tasas de interés en Estados Unidos y la consecuente revaluación el dólar, la sequía local, -que dejó al Estado sin 8000 millones de dólares-, el aumento del precio del petróleo, letal para un país importador de combustibles, etc. Los dólares huyeron de los países emergentes y en consecuencia se terminó el crédito para la Argentina que debió recurrir al Fondo Monetario, como único salvavidas.
La alternativa – desechada- era la emisión, que había sido la herramienta utilizada consuetudinariamente por el populismo, que retarda pero finalmente agrava los problemas.
El Fondo exigió a cambio de un enorme préstamo (57.000 millones de dólares) la concreción de un ajuste al que el gobierno se había resistido hasta ese momento. No había otro camino: la opción era el default.
Las consecuencias impactaron en la población, especialmente en los sectores de menores recursos y las clases medias bajas, y evocaron a una parte del electorado los tiempos de las tarifas bajas, el fomento del consumo y el dólar aplastado. (Se olvidaron del cepo y del corralito).
El Gobierno en su estrategia electoral, consideró suficiente afirmarse en las obras realizadas. Omitió promover y comunicar las medidas paliativas que, tomadas para mejorar el humor social rindieran sus frutos. Llegaron tarde. Muy tarde.
Los errores
Si bien constituye materia opinable la elección de los instrumentos de política económica de los que hizo uso el Gobierno en sus distintas etapas, uno de sus errores fundamentales, fue no haber hecho un claro balance del país heredado no bien lo recibió. La idea que era mejor el optimismo que el realismo se mostró contraproducente.
Como señalaba con acierto Joaquín Morales Solá, “Era cierto que el Gobierno hizo obras públicas como no se vieron en los últimos 50 años. La administración de Macri empezó a resolverle la vida a la gente de la casa hacia afuera , pero no bastaron. Se le complicó la vida hacia adentro. Exactamente al revés de lo que hacía Cristina, que le mejoraba la vida hacia dentro de la casa (dólar barato, créditos para electrodomésticos, subsidios sociales), pero no pudo nunca solucionar el afuera. “
Por su parte, la deficitaria y en muchos casos inexistente comunicación, impidió que la sociedad se enterara de los detalles de las dramáticas decisiones que debía tomar permanentemente el Presidente.
Otro posible no menor error estratégico: no desdoblar la elección en la vital provincia de Buenos Aires, que se podía presumir le hubiera permitido a la gobernadora Vidal triunfar sobre su oponente, ofreciendo en consecuencia un mejor escenario para las posibilidades presidenciales.
El futuro
Tal como se está evidenciando, la Argentina de los próximos meses será complicada e imprevisible, porque los mercados se han sublevado. Y ante los resultados electorales, no confían en una eventual Argentina populista, si bien no está descartada la posibilidad de revertir los números de este ejercicio electoral tan terminante en apariencia.
Dentro de las filas del oficialismo, transmiten, por sobre las muestras de desazón inicial, esperanza y la intención de seguir dando batalla.
De cualquier modo, sería deseable que Macri – al menos- sea el primer presidente no peronista que pueda concluir su mandato desde 1928. Un pequeño consuelo frente a la tristeza.
Referencias: Diario La Nación de Buenos Aires: 12-8-2019.