Shakespeare decía en su admirable Hamlet: “Algo huele mal en Dinamarca”.

Sin osar intentar rozar la imagen del genial escritor, se podría decir, ampliándolo, que

“mucho màs que algo, huele mal, en la Argentina”, como por ejemplo:

 

        Eternas penurias económicas;

        Inacción legislativa a partir de un Congreso sino inmovilizado, operando solamente a partir de los caprichos de la Vicepresidente de la Naciòn – aherrojando, por ejemplo, la designación de una cuantiosa cantidad de pliegos para el poder Judicial;

        Dislates en la Justicia, con juicios interminables, (en muchos casos, precisamente  por carencia de magistrados esperando su designación);

        Agresión a la actividad y propiedad privada;

        Legislación deterioriante de los mecanismos de seguridad social con fines circunstancialmente electorales;

        Aislamiento internacional a través de política exterior errática o proclive a régimen autocràticos;

        Pràctica inacción del Poder Ejecutivo, poblado de numerosos ministerios cuyo objeto o actividad aun no se ha demostrado en la pràctica.

 

Por su parte, se ha profundizado un clima de violencia verbal a partir del oficialismo gobernante, ya sea en sus cargos, como desde el llano, manifestado en las  permanentes movilizaciones de protesta, casi diarias, que a la par de imposibilitar la pacìfica vida de la población, se pueblan de consignas no solo reivindicatorias, sino también con expresiones de agresión verbal.

Es en este contexto, donde cabrìa una pregunta filosófico/teológica:

Si Dios existiera, cosa que està fuera del alcance humano afirmarla o negarla, los argentinos se (nos) están portando muy mal en su trànsito por esta vida, por lo cual ¿podrían ser merecedores de algún castigo terrenal ( o divino), por el hecho de  vivir en un clima impregnado de incapacidad, agresión, falsedades y violencia?

Aspectos estos que vienen a cuento por el reciente desgraciado intento contra la Vicepresidente, afortunadamente no consumado, a manos, de un aparente fanático extremista:

        Incapacidad, manifestada por el ejercito de casi una centena de guardaespaldas

     ( para que están?) que no la han protegido adecuadamente;

        Tampoco por los cuerpos de seguridad nacional, que han permitido que la Vicepresidente se apretuje contra centenares de manifestantes, alguno de los cuales, podría ser una potencial amenaza;

        Agresiòn, a partir de las manifestaciones provenientes del oficialismo, tanto en sus máximos representantes  como en el llano, en  la estigmatización del Poder Judicial, de la oposición o de los medios no adictos, tal  como lo  hizo el propio Presidente de la Naciòn en su ultimo mensaje, invocándolos  como cultores del odio, casi como una forma implícita de incitación a los desmanes.

        Clima de violencia, no sòlo en las turbas callejeras, sino en  acòlitos de mayor o menor rango, con apelación a generar la imagen de enemigos en todos aquellos que no comulgan con el ideario oficialista .

 

Serìa posible imaginar  que quizás, por un capricho del destino, (o divino), aquellas “virtudes” enumeradas en el anterior párrafo, podrían propiciar,  por ejemplo, la aparición de un extremista en un intento casi suicida, tal como efectivamente ha ocurrido.

Afortunadamente no se ha consumado. El país puede respirar por el momento.

No obstante, tal como el genio de Stratford Upon Avon decía, el clima imperante en la Argentina huele no demasiado bien, al igual que en su Dinamarca imaginaria.

Y resulta altamente preocupante. Las movilizaciones callejeras, la ocupación de los espacios públicos y las permanentes diatribas no resultan buenas consejeras en el camino de lograr una convivencia exenta de estos lamentables episodios, como el perpetrado en contra de la Vicepresidente.

Reside fundamentalmente en las autoridades màximas, intentar generar un clima de mayor pacificación. De lo contrario, se estaría  exponiendo  a la Naciòn a coexistir con violencia cada vez màs exacerbada.

Y potencialmente incontrolable.