La gravedad de la realidad presente y la posibilidad de un futuro francamente amenazante, encuentran a la sociedad envuelta en una dicotomía profunda.

El ciudadano de a pie, inmerso en un clima de hastío, fatiga y ya peligrosa indiferencia en muchos casos, por  mérito del interminable proceso de destrucción económica, social e institucional que el país está padeciendo.

Mientras tanto, quienes deberían llevar sino algo de tranquilidad, al menos esperanza a la agobiada población, los dirigentes políticos, se muestran carentes de alguna oferta prometedora, más allá de las palabras fáciles, pero sobre todo, evidenciando, en todos los casos, indiferencia a los reales padecimientos de la población. Alejados de las reales angustias de quienes debieran ser los destinatarios de su actividad en el ejercicio del poder, sea actual o futuro:

*Los que  en la actualidad detentan el poder político, no se cansan de exhibir las más acabadas muestras de cinismo, desprecio por la verdad, asumiendo logros inexistentes, ocultando  desastres en la gestión, y sobre todo, lejanía respecto a las reales necesidades, ya imperiosas y urgentes, de la población en todos sus niveles.

*Aquellos que conforman una hipotética mayoría opositora, con posibilidades, según encuestas, de acceder a los más altos cargos, no han cesado de manifestar profundas luchas intestinas, que los exhiben también, más ocupados por su futuro posicionamiento que por identificarse con los problemas cotidianos de la población, y más lejos aún, por proponer proyectos para emerger de la actual crítica coyuntura.

*Por su parte, y aún teniendo en consideración la falibilidad de los estudios de mercado, ha aparecido un candidato de la derecha radical intentando, a fuerza de gritos, insultos e histrionismo,  instalar una agenda con sus ideas y proyectos, a pesar de su inviabilidad, el peligro o la excentricidad que encierran muchas de sus iniciativas (por ejemplo, portación de armas, la eliminación del Banco Central, hasta la actualmente inviable dolarización, que no obstante, ha prendido en la discusión pública) y que constituyó un ingrediente adicional de importancia, en la actual crisis cambiaria que afecta al país.

Todo ello sumado a la magnitud de los problemas que le dejará a la próxima administración el actual gobierno, difícilmente manejables por la hasta hoy ausencia de profundidad en sus planteos y, además, por la más que probable carencia de los imprescindibles apoyos parlamentarios para encarar la problemática nacional.

Es en este contexto, que han aparecido numerosas voces que reclaman el abandono del actual  control cambiario, con el objetivo –no exento de razones–, de permitir una acrecentada actividad exportadora, estancada en la actualidad, por el ficticio tipo de cambio.

No obstante, una devaluación en estas circunstancias, podría servir solo si se hace en conjunto con un aumento de la productividad y una política monetaria y fiscal correlativa, para lo cual se requiere poder político, con un Congreso, un Ministerio de Economía y el Banco Central trabajando al unísono. Requisitos inimaginables de lograr con la actual administración.

Por lo cual, lamentablemente, se autofagocitaría en escaso tiempo.

Frente a estas críticas circunstancias nacionales, considerando las cercanías de los próximos actos electorales, cabe que la sociedad se formule las preguntas mencionadas en el título, y que la induzcan a un voto al menos esperanzador.

En tal sentido, el fundamental interrogante inicial sería cuál de las ofertas electorales, permitirían avizorar al menos, la posibilidad de cambiar la triste circunstancia nacional, aun sin contar con las seguridades de su concreción. Simplemente exhibir la potencialidad de una modificación superadora del actual estado de cosas.

La subsiguiente cuestión estriba en discernir, en las próximas elecciones primarias, en caso de presentarse alternativas, cuáles son los candidatos que podrían lograr un cambio en la dirección deseada.

Y finalmente, frente a la pregunta: “¿Ir o no ir a votar?” la respuesta debería ser rotundamente afirmativa.

 

Cada uno debe ayudar, en su medida, a la construcción de su propio futuro y también, el del país.