La incertidumbre y el desajuste fiscal y financiero es de tal envergadura que la crisis de confianza no será fácil de disipar.

El escenario económico y social en los finales del actual mandato presidencial se torna más complicado a medida que van pasando las semanas.

La incertidumbre y el desajuste fiscal y financiero es de tal envergadura que la crisis de confianza no será fácil de disipar, independientemente del resultado de las próximas elecciones, expectativas que se complican por el recuerdo de la gestión de Cristina Kirchner, sobre todo, del segundo mandato, con el mayor grado de estatismo, cierre frente al mundo moderno, inflación, cepo, atraso tarifario y el enfrentamiento con EE.UU. y los acreedores por el default nunca resuelto.

Cuadro que se reproduce en el presente, en algunos aspectos, con la inflación más virulenta, el control de cambios, el atraso tarifario, un default “amigable” ya concretado, más la perspectiva cierta de otro más severo en el muy corto plazo, tasas de interés siderales, pesificación de las tarifas y los precios para el gas, la electricidad y las naftas, que han puesto en riesgo a la gran esperanza de crecimiento del país: Vaca Muerta.

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El país se encuentra sin crédito externo y sin ingreso de dólares nuevos. Por el contrario, continúa el drenaje de los depósitos en moneda extranjera, si bien desacelerado, pese a que no deberían existir riesgos para los actuales depositantes.

Pese a lo comprometido con el FMI, el déficit fiscal para el corriente año ya es estimado por los analistas en no menos de 1%, y los compromisos de deuda para el año 2020 ascienden a unos US$ 25.000 millones.

Este escenario, además del  gasto público multiplicado e indexado en el sistema de jubilaciones y prestaciones sociales, y las organizaciones piqueteras mejor financiadas y más organizadas para resistir en las calles, generan la pregunta lógica: ¿como enfrentarlo?

El ex presidente uruguayo, José Mujica, en un reportaje reciente, señalaba que los argentinos, mucho más que buscar un político para la presidencia, deberían ir en busca de “Mandrake” (para los más jóvenes se aclara que se trataba de un mago de historietas muy afamado, convirtiéndose casi en un sinónimo).

Dado que resulta imposible encontrar al mago en cuestión, una alternativa consiste en intentar aprender de las salidas que encontraron ante experiencias similares, otras latitudes.

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Algunos ejemplos

México -que llegó a tener en 1987 una inflación de 179%, según datos del Banco de México, y la redujo al cabo de diez años al 2,5% anual- , aplicó un complejo paquete de medidas, que tuvo como cimiento el PECE (Pacto para la estabilidad y el crecimiento económico).

Este acuerdo fue una mezcla de políticas ortodoxas y heterodoxas: el gobierno se comprometió a mantener fijos sus precios públicos (electricidad, gas, impuestos, combustibles), con la condición de que las empresas no incrementaran sus precios, al tiempo que se pactó con  los trabajadores, agrupados en un gran sindicato (CTM) en el mismo sentido. A su vez, comenzó en los noventa a firmar acuerdos y tratados internacionales para abrir las fronteras al comercio, desalentando los incrementos de precios internos y haciendo que su economía se transformara en una de las más abiertas del mundo.

En Chile la lucha contra la inflación constituyó una política de Estado, también a partir de los años noventa. En esa época la inflación superaba el 30% anual, pero en 10 años se redujo a 3%, que es la meta existente hasta la actualidad.

Un ingrediente fundamental de su receta por fuera del consenso y del aumento de las tasas de interés, consistió en  la firma de acuerdos de libre comercio, para que llegaran productos importados más baratos obligando a la producción local a una búsqueda de mayor productividad, menores niveles de rentabilidad, y desalentando los oligopolios.

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El caso israelí. En 1985, con una inflación de 450% anual, Israel dispuso por ley la prohibición de emitir moneda, implementó medidas de shock que incluyeron acuerdos de topes salariales con los trabajadores, recortes de gastos del gobierno para bajar el déficit, y control de precios. Ya en 1990 había logrado reducir el índice a 20%. De allí en más, para lograr el objetivo de entre 1% y 3%  de inflación, decretó  la independencia del Banco Central, y limitó el déficit fiscal a 3% del PBI (a pesar de la abrumadora carga de los gastos de defensa), objetivos  logrados al cabo de  diez años.

Resulta destacable cómo el cumplimiento de las metas cambió un hábito cultural. Al igual que sucede en la Argentina, una sociedad fuertemente influenciada por el dólar cambió: en los noventa, 91% de la población adquiría sus propiedades en moneda estadounidense, en los 2000, solo 10% lo hacía en esa moneda, y en la actualidad  ese porcentaje ronda el 5%.

Fue un proceso complejo que necesitó del compromiso de todos los sectores de la sociedad, y que no estuvo exento de conflictos puntuales, pero  se constituyó en una pieza fundamental el acuerdo o pacto social entre la central obrera, la asociación de empleadores y el gobierno.

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El camino

La descripción del contexto actual argentino, y la referencia a algunos ejemplos de países que experimentaron una problemática similar, indican que si bien no existe una única respuesta en la búsqueda de resolver la permanente crisis argentina, algunos rasgos básicos deben estar presentes en un programa económico consistente que debe contemplar entre otras cuestiones déficit público, tarifas, impuestos y, fundamentalmente, cuatro conceptos básicos, a ser cumplidos concurrentemente:

  • Independencia del Banco Central, no sujeto a las decisiones gubernamentales.
  • Acuerdo político para convalidar el proceso.
  • Consenso social (empresarios y trabajadores) que valide los elementos del programa, y los respete en el tiempo.
  • Apertura al mundo como fórmula hacia la productividad y la competencia.

El futuro

Teniendo en cuenta la condicionalidad antes mencionada, y la realidad político-social argentina, no cabe mucho lugar para el optimismo.

Desde una esclerosada estructura sindical, una mentalidad empresaria en muchos casos afecta a la oligopolización, y una grieta política con serias dificultades para generar consensos, no es dable avizorar, en lo inmediato, un futuro más promisorio, sea cual fuere quien ocupe el próximo turno gubernamental.

Sería deseable otra perspectiva, ciertamente. PM/MC

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