Resulta redundante señalar que la Argentina atraviesa una crítica realidad, a pesar del anestésico, que para beneplácito del Gobierno, resultaron ser las vísperas del mundial de futbol, en un escenario donde la acción del oficialismo gobernante continuaba con su tarea de demolición del entramado político, económico y social, y sobre todo, del futuro.
En las últimas semanas fue posible asistir, a modo de tristes ejemplos, a:
Maniobra en el Senado para designar ilegítimamente un miembro adicional del oficialismo en el virtualmente paralizado Consejo de la Magistratura, acción rechazada ya, por un fallo de la propia Corte Suprema de Justicia, y que supone un muy serio conflicto de poderes;
Entronización por parte del Senado de una Càmara Federal a medida del gobierno, en una localidad santacruceña (comandante Piedrabuena) de ¡seis mil habitantes!, mientras pliegos de designaciones judiciales en todo el país esperan su ratificación, a la vez que numerosas leyes aguardan su tratamiento desde hace meses, como por ejemplo una modificación de la pésima ley de alquileres actualmente vigente;
El desfile impúdico de funcionarios, sindicalistas y personeros oficiales en las calles de Doha;
La investigación periodística que expuso el fastuoso y presuntamente irregular, patrimonio del Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires.
En ese contexto, al mundo no le resulta ajeno el descalabro nacional.
La calificadora S&P degradó la nota para la deuda en pesos argentina, señalando las “perspectivas negativas de la economía, en un marco de “desacuerdo político persistente dentro de la coalición gobernante y la oposición”. (La Naciòn 18-11-22)
Por su parte, la calificadora de deuda Fitch también había definido una caída en el grado para la deuda argentina, advirtiendo los “profundos desbalances macroeconómicos” del país y las dudas en torno a la “capacidad de repago” de sus compromisos.
El país ostenta asì, una de las notas más bajas posibles para los instrumentos de deuda, siendo el riesgo país argentino el peor de la región después de Venezuela, reflejando la opinión de los inversores sobre su capacidad de repago, y manteniendo virtualmente cerrado su acceso a los mercados internacionales.
Este crìtico escenario se enmarca en una situación local extremadamente difícil:
Inestabilidad política marcada por un gobierno triunviral, recíprocamente inmovilizado,
Un presidente cuya única actividad reside en actos protocolares locales, o en una presencia internacional, ambos inconducentes para el devenir argentino,
inflación agobiante para las clases bajas y fundamentalmente para la clase media, y cuyo remedio más eficaz el Gobierno espera que llegue por el siempre limitado efecto de los forzados acuerdos de precios, a la larga inútiles,
el inevitable enfriamiento de la actividad económica, tanto por el deterioro de los ingresos como por las restricciones a las importaciones de todo tipo, debido a la escasez de reservas.
Mientras tanto, (La Naciòn 20 -11-22) increíblemente, el mismísimo secretario de Política Económica, Gabriel Rubinstein, (en un preludio, quizás, de su posible futura dimisión) afirmaba que en el Gobierno “no existe consenso sobre un plan de estabilización … el presupuesto va a ser difícil que se cumpla…”
Las antípodas al acontecer argentino, se pueden hallar fuera de sus fronteras, por ejemplo en el vecino Uruguay.
Allì, su presidente Luis Lacalle Pou presentò una ambiciosa estrategia de innovación científico-tecnológica tendiente a transformar el perfil productivo del país, ante 1400 empresarios, emprendedores e inversores de 40 países , señalando: “Por su estabilidad económica, solidez institucional, por sus leyes de largo plazo y respeto por los contratos, Uruguay es un terreno fértil para emprendimientos globales … dentro de tres años habrá otro presidente y, más allá de su partido o ideología, ustedes pueden estar seguros de que tendrán las mismas garantías”. (La Naciòn 19-11-22)
Nada que ver con nuestro paìs . Lamentablemente.
*Economista. Presidente honorario de la Fundaciòn Grameen