En un tiempo no tan lejano ni
tampoco muy cercano, se hacía referencia al título de estas líneas, ante la
realidad siestera que imponía el período estival, por la cual entre las fiestas
navideñas y el inicio de clases, se producía en el país un período de languidez
que prometía postergar toda decisión relevante o todo acontecimiento
significativo, para el subsiguiente mes de marzo.
Esto ya hace tiempo que no
ocurre en la Argentina, pero lo sucedido a partir del anuncio del ¿principio?
de entendimiento con el FMI, constituye un rotundo contraejemplo de ese
tradicional sopor veraniego.
Luego de dos años dilatando una
imprescindible negociación, que no solo dilapidó oportunidades excelentes de
posible mejor resolución, a la vez que obligó al país a desembolsos evitables
en caso de haber renegociado la deuda a su tiempo, precipitadamente se produce
el anuncio presidencial del posible acuerdo
con el FMI.
Casi de inmediato, se detonó
el misil K disparado por el hijo de la vicepresidente, poniendo en evidencia un
posible cisma en el frente oficialista.
A su vez, a minutos
–literalmente– de estos sucesos, el
Presidente emprende un viaje a Rusia y China, dudosamente oportuno atento
a la delicada situación europea, con una mucho más que numerosa (¿cuál es la
función de tantos acompañantes?) delegación.
El dislate se incrementa con
las expresiones de alabanza y obsecuencia hacia los anfitriones, por parte
tanto del Presidente como del canciller, sumado a críticas expresas al país que
es clave en la definición de la renegociación de la deuda argentina.
Tal como se expresaba la
prensa nacional: “Alberto Fernández, en lugar de
criticar a EU y alabar a Rusia, debió ratificar la vieja política exterior
argentina y reclamar por la resolución pacífica de los conflictos
internacionales. El Presidente quebró un principio básico de las relaciones
internacionales: los jefes de Estado no hablan mal de terceros países cuando
viajan al exterior. Mucho más si ese tercer país acaba de auxiliarlo. En ese contexto, la visita de Alberto
Fernández a Moscú fue siempre inoportuna, pero nadie previó que resultara un
desastre”(*).
A renglón seguido, el
Presidente anunció en Pekín el acuerdo para construir la central nuclear
Atucha III, con tecnología y financiación china, que implicaría para la
Argentina un compromiso extra de US$12.000 millones. O sea, más de una cuarta parte de la
deuda en tratativas de refinanciación con el FMI.
Este proyecto augura no pocas
discusiones, dado que comprometerá a las próximas cinco gestiones a partir de
2024, al tiempo que desde el punto de vista técnico, está lejos de ser unánime
la opinión sobre la oportunidad, conveniencia, tamaño y costo de la obra.
Si este cúmulo de
circunstancias no fueran ya suficientes, se produce, con apoyo de miembros
relevantes del oficialismo, una marcha (calificada por algunos como
destituyente) pidiendo “echar a los actuales miembros de la Corte Suprema”. Un
verdadero desafío a la división de poderes.
La sucesión de problemas no se
detuvo: apareció el “Narcogate” con su consecuencia de más de una veintena de
muertos y un número muy superior, aun no determinado, de afectados por una
maniobra del oscuro mundo del narcotráfico, pero que desnuda,
dramáticamente, la ineficiente acción estatal frente a este flagelo, que lejos
de reducirse, evidencia un peligroso desarrollo en todo el país.
En este apretado resumen, en un
escenario teñido por los desequilibrios y la crítica situación macro y
microeconómica, la inflación, los permanentes conflictos con la Justicia y la
impotencia oficial frente a la inseguridad y
la violencia,
viene a cuento una especie de sketch, de un programa periodístico emitido
hasta fines de 2021, donde su conductor se preguntaba: “Se puede ser tan, pero
tan …..?”
Parafraseándolo, ¿se pueden
hacer tantas cosas, tan pero tan mal, en tan poco tiempo?